jueves, 19 de enero de 2012

Cuerdas de Fábula

En la Grecia antigua la mitología narraba el nacimiento de los instrumentos de cuerda pulsada con una riqueza singular: Hermes, el dios Mercurio, mensajero del Olimpo de las sandalias aladas, sobrevolaba el Nilo, a cuyas márgenes cuando el río se salía de madre dejaba animales muertos. El divino mensajero, percatado de una tortuga que yacía inerte sobre la arena aterrizó en la playa, y con prudente curiosidad tomó la seca caparazón entre sus manos, a la cual le sobresalían cuatro “niervos”- de acuerdo a la narración de Fray Juan Bermudo, insigne organólogo de la época renacentista- y tañó dichos “niervos”, después de lo cual se dio cuenta de que aquellos sonados al aire hacían música.
Hermes, reconociendo sus limitaciones en el arte musical e interesado en aquel objeto, dispuso entregar a Orfeo el curioso hallazgo, quien basado en unos conocimientos más profundos, “perfeccionó” al instrumento que Hermes depositaba en sus manos, es decir, según acotaba el maestro Fredy Reyna, le añadió el mástil y los trastes.
Las cuatro cuerdas representaban al universo sintetizado. Ellas, por un lado, constituían una alusión a los cuatro elementos fundamentales de la creación, a saber: Agua, tierra, viento y fuego. Pero desde otra perspectiva, simbolizaban a los cuatro puntos cardinales, lo que pareciera ser un vaticinio de la universalidad que más tarde vendría a cobrar la familia de los cordófonos de pulsación digital, o bien, para ser más exactos, la familia de las guitarras que hoy nos ocupa.
Al margen del idioma o dialecto que domine a nuestras divisiones geopolíticas, en todo nuestro continente “se habla guitarra”. Ella ha sido portavoz de los inenarrables sinos de nuestros ancestros, de sus alegrías, de sus penas, de sus andanzas épicas, de sus amoríos, de sus jornadas y sus descansos.
Pequeña cuna de lo indecible, pero a la vez expresable, la guitarra, garganta multisecular, sonora caja de maderas y cuerdas, recogió el germen de una historia abstracta, expresada en sonidos que tocan lo ancestral del ser humano, que tejen el hilo de lo que hemos sido, y que despiertan en nosotros al hombre milenario, a la consciencia que orienta a las naciones, y que procura una estela genuina, hija de lo que hemos sido e inspiración de lo que hemos de ser.


Leonardo Lozano.

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