martes, 7 de marzo de 2017

Mateo Goyo, y lo espiritual de lo material.
Leonardo Lozano Escalante.






En nombre de Dios comienzo
a pintar un ángel bello
desde la punta del pie
hasta el último cabello  (1)


  En las creencias de la antigua Grecia se relataba como el demiurgo había puesto orden al caos del universo material con su mirada fija en el ámbito celestial, tomando este último como modelo. Ese nuevo orden universal quedó signado a la inferioridad, a causa de que la materia utilizada en esa copia era una materia vil.
   En Venezuela, sin embargo, por obra y gracia del empeño y de la sencillez, hay hombres que, a veces, parecen convertirse en demiurgos, y hacen que las cosas materiales se truequen en ideales nuevamente. El violero Mateo Goyo ha sido, sin duda, uno de ellos. Este maestro nació en Lara, tierra que funge de corazón de la patria, Estado clave para el poblamiento de Venezuela, cuyos sístoles y diástoles parecen surgir al compás de un tambor “tamunanguero”. De manos de Mateo Goyo surgieron muchos de los cordófonos con que el pueblo larense acompaña su más emblemática danza, el “tamunangue”, fenómeno socio-cultural, artístico y religioso, sentido y profundo, donde se acrisolan lo indígena, lo español y lo negro del pueblo venezolano. Ese Tamunangue tan sencillo y a la vez complejo, comprende la fe y la devoción cristianas, allí se funden la danza, el teatro y la música, armada con una familia guitarrística que no se da en ningún otro lugar del mundo, a saber: cuatro tamunanguero, cinco, medio cinco y seis, instrumentos unidos al canto, las maracas y el tamunango (especie de tambor alargado que se percute simultáneamente con las manos y con palos). Es fácil, aún sin ser larense, contagiarse de esa mágica manifestación de amor, alegría, galantería, devoción y picardía que reúne “el tamunangue”. La diversidad de sus guitarras se distingue de las del resto del mundo en sonoridad, materiales y fisonomía. Hechas cabalmente de cedro, disponen de un cordaje distante del diapasón para favorecer el volumen, prácticamente obliga al ejecutante a acompañar hacia los primeros trastes, así como de un puente que recorre transversalmente la tapa, como queriendo sacar vibraciones de todos los rincones de aquella caja armónica. Este conjunto de guitarras posee diversos tamaños, por tanto, cada uno se expresa en su propio ámbito o altura y tienen afinaciones complementarias que enriquecen su espectro armónico. Mateo Goyo ha sido,  junto a Pedro María Querales, a nuestro parecer, el más importante eslabón entre los violeros larenses del siglo XX y el s. XIX, continuador de la labor constructiva de José Rafael Monterola (Monterol), quien con sus instrumentos marcó pauta hacia la segunda mitad del s. XIX, ganando reconocimiento y fama por parte de los cultores de la música folklórica larense, y a quien el Maestro Goyo haría honor al recibir sus lineamientos estéticos y logros para dar continuidad a un trabajo que ya estaba arraigado en el pueblo musical.

Padre mío, San Antonio
¿Dónde está que no lo veo?
Que vine a cantar con él
Y me voy con los deseos. (2)


   Con estos versos da comienzo “La Batalla”, cuya música abre el “tamunangue”, que tiene lugar desde la noche del 12 de junio y continúa hasta la noche del 13, día que destina la iglesia católica para festejar al monje franciscano, Antonio de Padua. Lara entera se viste de fiesta para rememorar y honrar al santo cristiano.  Las maderas de las guitarras, hermanas materiales de la cruz de Cristo, se encienden en músicas y en devociones. El pueblo canta y baila en sones vibrantes, y en un incendio de rasgueos una gota de sudor o de lágrima del violero se evapora en el recuerdo larense. El Maestro Goyo, tal como acotara el luthier Marco Antonio Peña,  apagó un día las ansias de la innovación y consciente de la importancia del  legado que recibía se convirtió en el maestro que lo preservó. La madera de sus instrumentos ha llegado a ser como el incienso que expuesto al fuego de la música y de la danza se trueca en una fragancia inolvidable que aparte de oírse, se respira, y se puede ver bailando en el golpe agitado de las faldas batientes, y al paso raudo de las veras que truenan al ser percutidas, y así, dentro de esa manera única en que se funden cielo y tierra, agua bendita y cocuy,  alegría y tristeza, sensualidad y devoción, ese demiurgo que un día le dio forma a la madera la ve convertirse en salmo, elevándose al cielo como humo de incienso y llegar frente al trono divino, como una oración…


El que comienza termina,
Yo no quiero terminá,
Calumba, bella,
a la bella, bella, a la bella va. (3)


Referencias:
-Cook, Federico, El Cuatro Venezolano, Cuadernos Lagoven, 1986.
-Trujillo, Andrés y Lozano, Leonardo, Aparición y desarrollo de las posibilidades técnicas y expresivas del
Cuatro Venezolano. Trabajo de grado para optar a la licenciatura en Artes de la Universidad Central de
Venezuela, Caracas, 1994.
-(1) y (2) Versos de “La Batalla” (3) versos de “La Bella”, Tamunangue, folklore.


- Imagen tomada del libro reseñado de Federico Cook.